Estocada al sentido común.

Cuando la política se convierte en el ejercicio extremo de la hipocresía, es que algo no funciona y hay que revisar muchas cosas. El Parlament ha prohibido que desde el 2012 haya corridas de toros en Cataluña, aceptando una iniciativa popular con tintes ecologistas, pero con un intenso fondo nacionalista. No se trata de proteger al toro, sino de liquidar una “fiesta española” y así escenificar un mayor alejamiento de “las costumbres nacionales”.
Ya en el año 2006, un buen número de ciudadanos suscribieron un manifiesto en defensa de las corridas de toros. El manifiesto se difundió en toda España y defendía una tradición implicada en la cultura de nuestro pueblo. Se iniciaba así un movimiento que trataba de poner las cosas en su sitio, ante los primeros amagos contra la supresión de la fiesta en Cataluña. No eran protaurinos todos los firmantes, yo tampoco lo soy, eran simplemente personas respetuosas con las tradiciones y las costumbres y, sobretodo, estaban a favor de la libertad de las personas que desearan ir a las corridas. Ya advertían de las intenciones reales de los abolicionistas, que no eran tan ecologistas como podía parecer. Ahora lo hemos comprobado. Se prohíben las corridas en Cataluña, pero no las fiestas populares catalanas en las que toros y vaquillas son protagonistas. Se podrá seguir embolando con fuego los cuernos de los animales y provocándoles en los festejos populares. Pero para estos ecologistas tan fuertemente politizados eso no es mal trato, sólo lo es cuando un toro está en el ruedo.
La hipocresía la ha puesto el PSC con su libertad de voto y la cobardía del President Montilla, que no asistió al debate y que entró en el hemiciclo sólo para votar. Posteriormente compareció en rueda de prensa para decir que él votó contra la supresión de las corridas y para pedir que no se vea en la decisión del Parlament un nuevo enfrentamiento entre Cataluña y España. “Excusatio non petita, acusatio manifiesta”. Viene al pelo la frase latina, porque Montilla, un cordobés para más señas, abrió la puerta a una prohibición de importantísimas consecuencias económicas y de no menos importantes connotaciones políticas. Una recuerda que en Cataluña, por proximidad, hubo un tiempo en que los ciudadanos tenían que acudir a Andorra o a Perpignan para poder visionar determinadas películas. Ahora muchos catalanes tendrán que ir a Aragón o a Valencia para poder ver corridas de toros. Han pasado 30 años de aquello y parece mentira que ahora se tenga que volver a vivir.
Con todo, lo más grave son algunas consecuencias, la apertura de la espita de que por la vía de los símbolos se puede marcar cada vez más distancia con el resto del Estado. Los nacionalistas son autoritarios, excluyentes, sectarios y no tienen en cuenta los muchos, numerosísimos, ciudadanos de Cataluña que creen en su identidad y que ella no se ve dañada por estar en un país como España. Lo hemos visto en los mundiales de fútbol, que dieron una lección evidente a una clase política incapaz de entender nada, incapaz de ser lo suficientemente generosa para comprender que podemos convivir en paz y en libertad, y hacerlo en un gran país y en una gran Comunidad.