A destiempo.

Los sindicatos se han lanzado a la convocatoria de la huelga general. En principio la fecha será el 29 de septiembre, según anunciaron hoy. Tal vez el fracaso absoluto de la huelga de los funcionarios les haya llevado a aplazar la convocatoria unos meses. En cualquier caso, no parece que este sea el momento más aconsejable para intentar paralizar el país, porque no están los tiempos para estas “alegrías”, sino para arrimar el hombro y aumentar la productividad.
Los sindicatos ya probaron la medicina de la indiferencia en la convocatoria de la huelga de funcionarios de la pasada semana, porque con el descontento supino que tiene el colectivo por los recortes que le han impuesto, el índice de seguimiento rozó lo meramente testimonial. Los funcionarios decidieron castigar antes a los sindicatos que al Gobierno... O para ser más exactos, decidieron salvaguardar su bolsillo, al que ya ha tocado el Gobierno, y no querían que tocara ahora la medida adoptada por unas organizaciones en el punto más alto de su descrédito.
El seguidismo que han hecho de Zapatero y de sus políticas, con un inexplicable silencio ante los más de 4 millones y medio de parados, le ha pasado una factura que van a tardar mucho en pagar. Ha tenido que haber un decretazo y la reforma laboral, para que se haya puesto en marcha la maquinaria de la movilización, pero lo han hecho tarde y mal, hasta el punto de que el mundo laboral ha percibido estos movimientos como meras operaciones de imagen para justificarse. Y ya sabe “excusatio non petita, acusatio manifiesta”...
Si los líderes sindicales se han hartado a decir durante la crisis que no había razones para la huelga general y que convocarla era hacer el juego al Partido Popular, ahora tienen muy difícil justificarla, porque nos enfrentamos a ajustes y recortes que nadie duda que hay que acometer si no queremos vernos en la situación de Grecia... La huelga no es ahora el camino. Lo que se impone es hablar, dialogar, tratar de buscar puntos comunes que tiren del tejido productivo de este país y con ello empezar a ver la luz al final del túnel.
La protesta por la protesta no tiene sentido. Es verdad que son ajustes duros, incluso injustos. Pero no lo son por sí mismos, lo son porque se han tomado a destiempo y porque se ha llegado a una situación que nunca debió producirse... Los sindicatos tuvieron la oportunidad y la responsabilidad de advertirlo al Gobierno y, sin embargo, se plegaron al pesebre que alimenta unas estructuras, que deben de entrar en reforma si no quieren pasar a la historia. Los tiempos de crisis obligan a reformas y en esta ocasión, también deben llegar a los sindicatos.